No debe ser muy distinto al juego -dijo
Andrés mirando alternativamente el arma que tenía en la mano y a su abuelo.
–Probá –le dijo el anciano intentando
mantener la calma. Ver a su nieto con el arma reglamentaria de la policía le
daba más nervios que los cinco “ambulantes” que estaban en el pasillo.
–Si ves que no podés, volvemos acá,
Andrecito, ¿estamos?
–Sí, abue, sí –respondió el adolescente
visiblemente excitado por poder disparar.
Don Finoccietto abrió la puerta de su casa,
la última de un pasillo que llegaba al corazón de manzana, que alguna vez fuera
una sola y que ahora estaba dividida en
tres departamentos. Su nieto, que estaba a su lado, salió al pasillo con el
arma levantada con las dos manos y él lo siguió con la pala en ristre.
–¿A Don Vissen primero, Abue?
–Ése no es don Vissen, o ya no es don
Vissen. Pero sí, a Don Vissen primero.
Andrés apretó el gatillo, pero el disparo
no salió. Bajó el arma avergonzado por haber olvidado el paso uno que el abuelo
le marcó antes de abrir la puerta. Don Finoccietto se encargó de lo que había
sido Vissen, dueño de la casa. Pensó en el problema que habían tenido en el 93,
cuando éste quiso cobrarle dos veces el alquiler, pero era demasiado poco.
Costó golpear el rostro anguloso y grisáceo de lo que había sido Guido Vissen.
Andrés había solucionado el tema del seguro
y sobrepasó a su abuelo corriendo. Se detuvo en seco y disparó dos veces. Dos
“ambulantes” más cayeron. El sonido del disparo sobresaltó al viejo. Semejante
chasquido sonaba terrible, gutural y amplificado en medio del silencio de lo
que había sido la bulliciosa calle Obispo Salguero. Finoccietto tocó el hombro
de su nieto y le hizo señas de que no disparara. Se encargó de los otros con la
pala. Después entraron en la casa de Vissen, que estaba abierta. El viejo,
acaparador en vida, no podía defraudarlos. Y no lo hizo. Tenía latas de
arvejas, choclos, sardinas, caballa, ensalada rusa. Y un surtido freezer.
–Esto es lo primero que vamos a comer. No
sabemos cuánto tiempo más va a haber electricidad. Así que empezaremos por el
freezer.
–Sí, abue. ¿Milanesas esta noche?
–Milanesas esta noche…con papas fritas –respondió el abuelo mientras comprobaba que
las papas estaban en condiciones–. Con papas fritas –repitió.
x Guillermo Bawden
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